“Al ingreso al alteo había un gran pozo, no lo pude esquivar
y el auto salió de la ruta… voló! Sí, como el Auto Fantástico, arrasó y rompió
el guard-raid y caímos al agua. Por suerte no volcamos, e instintivamente con
una mano destrabé el cinturón de seguridad y con la otra la puerta… El portón
del baúl se abrió con el golpe y el agua entró en segundos” adentro del
habitáculo del vehículo en el que viajaba.
El testimonio corresponde a Emma Iparraguirre, una de las
sobrevivientes de los tantos choques y vuelcos que tuvieron lugar en el alteo
del kilómetro 55 en la ruta 86. Protagonista del segundo o tercero de los 16
accidentes automovilísticos registrados allí, por el que tanto se reclamó antes
de que murieran tres vecinas de Olavarría.
Emma Iparraguirre sigue las alternativas de trabajo en el
alteo, y no puede evitar indignarse por la lentitud que la empresa constructora
ha demostrado hasta ahora. Además, durante la entrevista se refirió al
ingeniero Daniel Alfredo Arano jefe del Departamento Zona XII de Vialidad de la
Provincia de Buenos Aires. “Mintió al elevar el informe al Ministerio (de
Infraestructura bonaerense), las señales a las que se refiere las colocó al día
siguiente de mi accidente, el 21 de Enero”, aseveró.
Veinte años manejando
por la misma ruta
Radicada en Olavarría, desde hace 50 años Emma Iparraguirre
veranea en Necochea. “Hace 20 años que voy y vengo manejando yo todos los
veranos. Esa ruta no me es desconocida, la conozco muy bien”, expresó la
entrevistada.
El accidente fue el 20 de Enero de 2013. Con la mente puesta
en el objetivo, que era disfrutar algunos días de vacaciones, preparó su auto.
La hija, su amiga y una perrita inseparable de la familia ocuparon su lugar en
el vehículo. Se organizaron para viajar de la manera más cómoda posible. Emma
al volante, la amiga de su hija adelante. Atrás lo hicieron la hija y la
perrita, atada para prevenir cualquier inconveniente.
La temperatura era más que agradable, se vistieron livianas
y de ojotas. “Yo me puse alpargatas porque nunca manejo con ojotas o sandalias
ya que se pueden trabar con la alfombra del auto. Siempre uso zapatillas o
zapatos cerrados, sin tacos. Esta es una precaución que siempre tomo desde que
manejo”, recordó Emma.
A las cinco de la mañana abandonaron Olavarría. Todo era
alegría por el sólo pensar de los días de disfrute que habían planificado. Nada
les hacía pensar que dos horas más tarde no sólo salvarían sus vidas por
milagro, sino que todo iba a cambiar en sus existencias.
“Frené en una especie de loma que hay antes del alteo. En
dirección de Olavarría a Necochea ví tres carteles de color anaranjados. Sólo
tres del tamaño de una señal vial normal que decían: “Reducción, entoscado…”.
La verdad, reducción entoscado no me produjo nada, estoy acostumbrada a ir al
campo, o en las calles de tierra, donde dice entoscado disminuyo la velocidad y
listo… Aquí también lo hice, pero jamás se me ocurrió que tenía que parar a
cero, poner primera y salir como si lo hiciera de un semáforo que me da paso
libre”.
“Igual, habré entrado en el alteo a 50 o 60 kilómetros, como
una locura, no más”.
Recordó Emma, y cuenta con fotografías que lo demuestran que
“me encontré con pozo en la unión del asfalto con el entoscado. El golpe me
sacó el volante de las manos, volamos como el Auto Fantástico, arrasó el
guard-raid y caímos a la laguna… Por suerte no volcamos, e instintivamente con
una mano destrabé el cinturón de seguridad y con la otra la puerta… El portón
del baúl se abrió con el golpe y el agua entró en segundos” adentro del habitáculo
del vehículo en el que viajaban.
“Salí lo más rápido que pude del auto, creo que
inmediatamente… sentí el piso fangoso, resbaladizo casi no podía caminar… si
bien el agua no me tapaba, fue mejor nadar porque el fango te hundía”.
En medio de la desesperación, la amiga de la hija “pasó
hacia el lado del conductor y salió del auto” por el mismo sitio que lo había
hecho Emma.
El auto cayó inclinado hacia la derecha y en segundos
comenzó a llenarse de agua el habitáculo. La posición hizo más comprometida la
salida de la hija de Emma, que, no dudó en distraer el tiempo necesario para
desatar a la perrita, la que sacó alzada hasta que pudo subir a la ruta.
“Dios nos amparó de que no hayamos tenido golpes fuertes. En
mi caso, el raspón del cinturón de seguridad porque iba con una remera
solamente”, recordó la entrevistada.
A unos 100 metros del lugar del accidente había una
camioneta. “Estaba un hombre solo, que fue el primero que nos dio la mano para
que pudiéramos salir por las piedras, y pusimos a la perra en la caja de su
camioneta… luego pasó el colectivo “El Rápido”, el chofer abrió la puerta y nos
preguntó si necesitábamos algo… varios meses después volví a ver al chofer…”
Mientras comenzaron a detenerse otros vehículos, alguien se
comunicó con gente de La Dulce. “No sé con quiénes hablaron, pero después vino
la Policía, los Bomberos y una ambulancia… Mi otra hija que viajaba en otro
auto detrás del nuestro, se quedaron en el lugar con la perra, y a nosotras nos
trasladaron a La Dulce, a la Salita Sanitaria. De allí, mi hija y su amiga
fueron derivadas al Hospital (de Necochea) para tomarles radiografías… yo no
quise ir, quería hablar con el intendente del lugar, pero después me enteré que
había una delegada. La verdad, en ese momento no tenía noción de dónde estaba”.
Sin que nadie pudiera detenerla “caminé desde la Salita
hasta la casa, la busqué y la encontré (a Fátima Rodríguez), me trató muy bien,
y además recibí mucha contención por parte de los bomberos… nos dieron ropa
seca y las primera atenciones”.
Muchas horas de labor tuvieron los bomberos para rescatar el
auto de la laguna. No había manera de tomarlo, hubo tres intentos hasta que
pudieron sacarlo, sin las ruedas delanteras. La destrucción fue total… Nadie se
hizo cargo.
“Arano (responsable de Vialidad en nuestra región) dijo que
estaban los carteles… mínimos carteles que nada hacían suponer lo que pasaría.
Estuvo el día del accidente. Llo hizo porque dos días antes se había caído una
camioneta en el mismo lugar, pero para el otro lado del alteo; el sábado hubo
dos choques, y el domingo a las 7 de la mañana caímos nosotros”. Cuatro
accidentes en menos de 48 horas.
“No se hizo cargo de nada, sólo me dio la dirección de
Vialidad en la Provincia y el teléfono de ese despacho para que hiciera el
descargo en ese lugar… por suerte mi hija sacó fotos del pozo, del auto, de la
huella que dejó al caer el auto en el agua”.
Pasaron las horas, y las secuelas del accidente fueron
creciendo. “Salí a comprar un par de zapatillas porque las que tenía puesta no
sirvieron más, y me perdí a la vuelta de mi departamento en Necochea. Hace 50
años que lo tenemos, en calle 85… miraba los edificios y no los conocía, no
podía darme cuenca dónde estaba… el shock emocional fue terrible”.
Los polémicos
carteles
Emma Iparraguirre aseguró durante la entrevista que el
ingeniero Arano “mintió al elevar el informe al Ministerio (de Infraestructura
bonaerense), las señales a las que se refiere las colocó al día siguiente de mi
accidente, el 21 de Enero”.
Recordó que volvió a viajar desde Olavarría a Necochea y lo
hizo en colectivo. Al llegar al alteo fue hasta la cabina del micro para
observar con detalles que carteles se habían colocado. Entonces advirtió que el
chofer de ese momento era el mismo que detuvo la marcha el día del accidente
para ofrecer ayuda. “Fue el que vio a mi hija caminando por el agua al salir de
la laguna, y él sabe cómo y cuando se pusieron cada señal de tránsito porque en
verano pasaba cuatro veces por días”.
Iparraguirre tiene en su poder las pruebas y
números de expedientes necesarios para corroborar cada una de sus
aseveraciones. Mientras tanto sigue sufriendo porque las secuelas fueron
grandes. Recién se está animando a manejar de nuevo. “Tengo que ir a Necochea,
pero sola no me animo… Tengo que encontrar a alguien que me acompañe. No sé que
puedo sentir al pasar manejando por ese lugar… quizás llore”.
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